En la mente de muchos argentinos se conservaban humeantes y frescas las memorias de la guerra de las Malvinas, es por eso que aquel 22 de junio de 1986 el partido era diferente, no era solo un encuentro de cuartos de final de la Copa del Mundo de México, era un duelo de honor.
De nuevo Argentina era el visitante, los hacían sentir igual que en el archipiélago donde sus tropas habían peleado por una soberanía discutida desde 1833. Los once futbolistas titulares vestían la equitación alternativa de camiseta azul, un poco más azul que el cielo donde estaban a quienes los jugadores querían ofrendar una victoria frente a Inglaterra.
En materia futbolística solo existía un antecedente de enfrentamiento en los mundiales también adverso para los del Rio de la Plata. En 1966 el enfrentamiento, casualmente en cuartos de final también, que terminó 1-0 con un discutido gol de Geoffrey Hurst y la polémica expulsión de Antonio Rattin explicada por el árbitro Kreitlien “por su forma de mirar”.
Esta vez, veinte años más tarde, el árbitro tunecino Ali Bennaceur también sería un protagonista destacado en el encuentro. Después de un primer tiempo donde se había jugado con furor y entrega bajo el sol que cocinaba el Estadio Azteca, Diego Armando Maradona intentó tirar una pared con Jorge Valdano en el corazón del área, Steve Hodge despejó mal y el balón salió impulsado hacia arriba, Maradona, quién entre sus cualidades tiene el no darse nunca por vencido, siguió corriendo, elevó su puño izquierdo y le ganó el salto al experimentado guardameta Peter Shilton que inmediatamente reclamó mano. Bennaceur señaló el centro del campo, gol. El mágico 10 enrumbó hacia las tribunas, ofreciéndoles el gol a sus familiares en la tribuna, todavía con el puño en alto y mirando al cielo. “La mano de Dios” había hecho su magistral aparición.
Cuatro minutos más tarde, al parecer, los argentinos que estaban observando desde el más allá, desde el celeste cielo que engalanaba el D.F, decidieron favorecer de nuevo a aquel villero que llevaba la batuta de Argentina. Enrique le entregó la pelota en el medio del campo desde donde inició una hábil carrera dejando sembrados a varios ingleses como frondosos árboles en el jardín del edén, para llegar donde el agraviado Shilton y esquivarlo con una finta. Acababa de anotar el mejor gol en la historia de los mundiales.
Lineker, a la postre goleador de aquel torneo, solo se frotaba los ojos, lo que acababan de presenciar era una lección en toda regla del “ying yang” en el fútbol: un gol anotado por la mano antecedió a una obra de arte que ratificaba el paso a semifinales del conjunto argentino dirigido por Carlos Salvador Bilardo.
Fue el mismo Lineker el encargado de descontar el marcador a favor de los ingleses luego de un centro desde el costado de John Barnes que cabeceó venciendo la resistencia de Nery Pumpido. Ya no quedaba mucho tiempo, doce minutos en los que el ritmo fue frenético y Maradona pudo anotar una vez más frente a Shilton.
Cuando se pitó el final el llanto se hizo presente en varios de los jugadores argentinos, Maradona se besó la camiseta y agradeció al cielo por la ayuda extra, solo le quedaban dos partidos para alzar en sus manos la Copa Mundial de fútbol y ofrecerla a aquellos que desde las alturas gritaban: Argentina, Argentina, Argentina.
1 comentario:
Excelente articulo como reseña histórica. Ok.JWM.
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