El 21 de noviembre de 1973, la soledad con la que entró el balón a las redes del arco sur del Estadio Nacional de Chile que se suponía, debía estar defendido por el portero soviético, solo podía compararse en alguna medida a la que habían sentido las 40.000 personas que fueron detenidas ilegalmente en aquel templo deportivo.
Eran tiempos convulsos en la política chilena. Mientras la selección liderada por un habilidoso Carlos Caszely, delantero estrella de ‘la roja’, se jugaba un cupo para participar en el mundial de Alemania 1974, en las más altas jerarquías del Ejército austral se planeaba un golpe de estado contra el presidente Salvador Allende, de ideología abiertamente socialista y quien llevaba tres años en el poder tras haberse convertido en 1970, en el primer mandatario socialista del mundo en acceder al poder mediante el voto popular.
La selección chilena había hecho méritos deportivos suficientes para pasar a una instancia definitiva de repechaje con miras al Mundial. En la etapa de grupos superó a las selecciones de Venezuela y Perú, en el que tuvo que definir un empate de puntos con los ‘incas’ en un juego extra en Montevideo, Uruguay. Por su parte la Unión Soviética, su rival en este último escalón para la clasificación, venía de ganar un apretado grupo europeo frente a la República de Irlanda y Francia.
La FIFA había programado que el doble enfrentamiento para este repechaje entre sudamericanos y europeos empezara el 26 de septiembre de 1973 en Moscú, para jugar los últimos 90 minutos en el Estadio Nacional de Santiago. Sin embargo, se interpuso en el camino la adversidad.
El 11 de septiembre las fuerzas armadas comandadas por el general Augusto Pinochet ejecutan un ataque con el fin de derrocar al presidente Salvador Allende quien se suicida en el Palacio de la Moneda.
Lo que siguió a este hecho fue simplemente el horror. Cientos de personas fueron detenidas, encarceladas, asesinadas y desaparecidas en una purga liderada por los militares que determinaban el destino de los ciudadanos de acuerdo a su filiación y pensamiento político.
Con este espeso clima social y político, Caszely y su combo viajaron a Moscú para disputar el primer partido eliminatorio. Al llegar experimentaron el frío recibimiento del país que apadrinaba el socialismo internacional y que seguía muy de cerca los acontecimientos sucedidos en el país andino.
Elías Figueroa, otra de las figuras del equipo, y el mismo Carlos Caszely sintieron al rudeza soviética al ser detenidos al ingresar al país con el argumento de que no eran las personas que figuraban en los pasaportes, sus cortes de pelo y bigote no coincidían con las fotografías del documento.
Ya en el campo de juego y superados todos los inconvenientes, el resultado para la selección de la ‘estrella solitaria’ fue bueno. El 0-0 conseguido como visitantes los dejaba con altas posibilidades de conseguir la clasificación en Santiago de Chile.
Pero la Unión Soviética decide no devolver la visita a los chilenos. Desde el Kremlin se da orden expresa de no viajar a un país en una situación política adversa y escenario de múltiples torturas y asesinatos en teoría perpetrados en el mismo escenario donde se habría de disputar el encuentro deportivo. Los soviéticos piden entonces a la FIFA gestionar un partido en territorio neutral.
La FIFA por su parte envía una comisión para inspeccionar si las condiciones son idóneas para el partido. El régimen de Pinochet ordenó esconder a los prisioneros del complejo deportivo en las entrañas del estadio mientras la comisión era paseada por el estadio sin percatarse de su presencia. Algunos prisioneros que sobrevivieron al episodio contaron años más tarde que veían por las ventanas de los camerinos subterráneos, las sombras de los comisionados de la FIFA mientras recorrían el estadio, mientras ellos eran apuntados a la cabeza por fusiles en manos de sus captores. Al cabo de unos días la FIFA anuncia que el juego puede realizarse sin ningún inconveniente pero los europeos se niegan definitivamente a asistir.
Aquel día el árbitro Rafael Hormazábal pone el balón en el centro del campo y a su silbido empieza una sucesión de pases entre los chilenos que culminan con el gol a puerta vacía del capitán Francisco Valdés, la FIFA otorga la victoria al local por un marcador de 2-0 y acto seguido la recién clasificada selección juega un partido amistoso con el Santos de Brasil que los goleó 0-5.
El hecho es recordado como uno de los momentos más bochornosos de la historia del fútbol mundial en el cual los intereses políticos antepusieron el espíritu deportivo.
Para Chile en el ámbito político iniciaban 17 años de una dictadura calificada como una de las más crueles de Latinoamérica, entretanto su selección disputó aquel mundial de Alemania 1974 con poco éxito: perdería el encuentro inaugural contra los anfitriones (el propio Caszely pasó a la historia ese día por ser el primer jugador de la historia en ver una tarjeta roja en una Copa del Mundo) y luego empataría con Alemania Democrática y Australia para quedar eliminada en primera ronda. Nunca más se sintió tanta soledad en una cancha de juego como aquel 21 de noviembre de 1973.
Eran tiempos convulsos en la política chilena. Mientras la selección liderada por un habilidoso Carlos Caszely, delantero estrella de ‘la roja’, se jugaba un cupo para participar en el mundial de Alemania 1974, en las más altas jerarquías del Ejército austral se planeaba un golpe de estado contra el presidente Salvador Allende, de ideología abiertamente socialista y quien llevaba tres años en el poder tras haberse convertido en 1970, en el primer mandatario socialista del mundo en acceder al poder mediante el voto popular.
La selección chilena había hecho méritos deportivos suficientes para pasar a una instancia definitiva de repechaje con miras al Mundial. En la etapa de grupos superó a las selecciones de Venezuela y Perú, en el que tuvo que definir un empate de puntos con los ‘incas’ en un juego extra en Montevideo, Uruguay. Por su parte la Unión Soviética, su rival en este último escalón para la clasificación, venía de ganar un apretado grupo europeo frente a la República de Irlanda y Francia.
La FIFA había programado que el doble enfrentamiento para este repechaje entre sudamericanos y europeos empezara el 26 de septiembre de 1973 en Moscú, para jugar los últimos 90 minutos en el Estadio Nacional de Santiago. Sin embargo, se interpuso en el camino la adversidad.
El 11 de septiembre las fuerzas armadas comandadas por el general Augusto Pinochet ejecutan un ataque con el fin de derrocar al presidente Salvador Allende quien se suicida en el Palacio de la Moneda.
Lo que siguió a este hecho fue simplemente el horror. Cientos de personas fueron detenidas, encarceladas, asesinadas y desaparecidas en una purga liderada por los militares que determinaban el destino de los ciudadanos de acuerdo a su filiación y pensamiento político.
Con este espeso clima social y político, Caszely y su combo viajaron a Moscú para disputar el primer partido eliminatorio. Al llegar experimentaron el frío recibimiento del país que apadrinaba el socialismo internacional y que seguía muy de cerca los acontecimientos sucedidos en el país andino.
Elías Figueroa, otra de las figuras del equipo, y el mismo Carlos Caszely sintieron al rudeza soviética al ser detenidos al ingresar al país con el argumento de que no eran las personas que figuraban en los pasaportes, sus cortes de pelo y bigote no coincidían con las fotografías del documento.
Ya en el campo de juego y superados todos los inconvenientes, el resultado para la selección de la ‘estrella solitaria’ fue bueno. El 0-0 conseguido como visitantes los dejaba con altas posibilidades de conseguir la clasificación en Santiago de Chile.
Pero la Unión Soviética decide no devolver la visita a los chilenos. Desde el Kremlin se da orden expresa de no viajar a un país en una situación política adversa y escenario de múltiples torturas y asesinatos en teoría perpetrados en el mismo escenario donde se habría de disputar el encuentro deportivo. Los soviéticos piden entonces a la FIFA gestionar un partido en territorio neutral.
La FIFA por su parte envía una comisión para inspeccionar si las condiciones son idóneas para el partido. El régimen de Pinochet ordenó esconder a los prisioneros del complejo deportivo en las entrañas del estadio mientras la comisión era paseada por el estadio sin percatarse de su presencia. Algunos prisioneros que sobrevivieron al episodio contaron años más tarde que veían por las ventanas de los camerinos subterráneos, las sombras de los comisionados de la FIFA mientras recorrían el estadio, mientras ellos eran apuntados a la cabeza por fusiles en manos de sus captores. Al cabo de unos días la FIFA anuncia que el juego puede realizarse sin ningún inconveniente pero los europeos se niegan definitivamente a asistir.
Aquel día el árbitro Rafael Hormazábal pone el balón en el centro del campo y a su silbido empieza una sucesión de pases entre los chilenos que culminan con el gol a puerta vacía del capitán Francisco Valdés, la FIFA otorga la victoria al local por un marcador de 2-0 y acto seguido la recién clasificada selección juega un partido amistoso con el Santos de Brasil que los goleó 0-5.
El hecho es recordado como uno de los momentos más bochornosos de la historia del fútbol mundial en el cual los intereses políticos antepusieron el espíritu deportivo.
Para Chile en el ámbito político iniciaban 17 años de una dictadura calificada como una de las más crueles de Latinoamérica, entretanto su selección disputó aquel mundial de Alemania 1974 con poco éxito: perdería el encuentro inaugural contra los anfitriones (el propio Caszely pasó a la historia ese día por ser el primer jugador de la historia en ver una tarjeta roja en una Copa del Mundo) y luego empataría con Alemania Democrática y Australia para quedar eliminada en primera ronda. Nunca más se sintió tanta soledad en una cancha de juego como aquel 21 de noviembre de 1973.
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