Disfrutaba con la cara de
desesperación de sus rivales, esa que él había ayudado a dibujar cuando, usando su amada camiseta azul celeste de Uruguay, convirtió un pase de su compañero Alcides Ghiggia, en un poderoso disparo de pierna derecha que dejó sin ninguna posibilidad al portero Barbosa de Brasil. Con ese gol
empataban la final. Después, el mismo Ghiggia, que le había asistido en la jugada anterior, marcaba el 1-2 que arrebataba la codiciada copa Jules Rimet a los locales.
Atrás quedaron los titulares
de todos los periódicos brasileños que esa misma mañana del 16 de julio de 1950, proclamaban a Brasil campeón del Mundial sin siquiera jugar el partido. Esa
tarde en Rio de Janeiro, Juan Alberto Schiaffino inscribía su nombre con letras de oro en
la historia del fútbol, y solo esperaba el pitazo final del árbitro inglés
George Reader para festejar incontenible, la que sigue siendo la gesta más grande del fútbol uruguayo.
Poco de esta película que estaba viviendo, había
pasado por su cabeza cuando a muy temprana edad madrugaba para preparar la
masa y hornear el pan para el desayuno en el barrio, o cuando sus horas
pasaban monótonas en una fábrica de aluminios de la capital uruguaya.
Pepe, como le conocía todo el
mundo, llegó a Peñarol a los 18 años de la mano de su hermano Raúl, dos años
mayor, para probar que los buenos partidos que había jugado en el potrero del
barrio con su equipo, el Palermo, no eran producto de la casualidad. En tercera
división del ‘carbonero’, integró una de las delanteras más recordadas en la historia del equipo uruguayo con Villamide y Gontad Varela.
Tres años más tarde, en 1946, debutó en primera división con 13 goles en 23 partidos. Antes el destino le había sonreído una primera vez, cuando con 20 años, y aún jugando en tercera, su
piel había sentido el contacto de la camiseta celeste, aquella que sus
antecesores coronaron como campeona olímpica en el 1924 y 1928 y mundial
en 1930 en el estadio Centenario, su propia casa.
En Peñarol se convirtió en
alma y nervio del equipo, era considerado el director de “la escuadrilla de la
muerte”, un grupo de jugadores exquisitos como Obdulio Varela, Juan Hohberg, Alcides Ghiggia,
Óscar Mínguez , entre muchos otros, que ganaron el campeonato uruguayo de 1949 y al
año siguiente serían la columna vertebral de la selección mundialista.
Conseguiría cuatro campeonatos nacionales con la camiseta ‘manya’.
Después de aquella tarde en
que la diosa victoria convertida en un trofeo de oro, le había sonreído en el
Maracaná, Pepe disputó otro mundial con la casaca uruguaya, fue en Suiza 1954 donde fueron eliminados por la favorita Hungría en semifinales, después de un partido catalogado como uno de los mejores de la historia. Esa fue la primera derrota
de la selección ‘charrúa’ en una justa mundial y el último partido de Schiaffino en
mundiales.
En 1954 la brújula de su
carrera futbolística apuntó hacia Italia, tierra que había visto nacer a su
padre. El AC Milan, en un traspaso récord para la época, lo contrató para
liderar su delantera. En la capital de
la moda, consiguió tres Scudettos y el amor de toda una hinchada. Luego ya casi
en el ocaso de su carrera, empacó sus guayos en la valija y viajó a Roma donde
con los ‘Giallorossi’, finalizó su carrera ganando la Copa de Ferias de
1961.
No hay comentarios:
Publicar un comentario