La diosa del fútbol mundial



Abel Lafleur le daba los último toques a aquella estatuilla de 35 centímetros de altura y 3.8 kilogramos de peso. Estaba hecha de plata esterlina, enchapada con oro y representaba la diosa Niké. El encargo había sido hecho por un visionario Jules Rimet, presidente de la FIFA,  que hace algunos años imaginaba un torneo en el cual las máximas potencias del fútbol mundial se reunieran para competir por el título de mejor selección del mundo.  

Al verla Rimet, se dibujó una  tímida sonrisa en su rostro, era como él se la había imaginado. La perfecta representación del momento más dulce que se podía alcanzar en una cancha de fútbol: la victoria. Sin embargo no todo era fácil en aquel momento, muchas incertidumbres aquejaban al francés cuando embarcó rumbo a Uruguay acompañado por la formal doncella bajo su brazo. En el pequeño país suramericano, bañado por el oro de dos medallas del fútbol olímpico, se disputaría la primera edición del campeonato mundial en 1930. Su sueño se veía realizado pero en su cabeza aún rondaba el miedo producido por no tener la certeza de su éxito.

Algunas semanas más tarde el fino rostro de la diosa iluminó la sonrisa de José Nasazzi, primer capitán en recibirla, después de que el elenco uruguayo reeditará la victoria ante Argentina en los Juegos Olímpicos y se quedará con el campeonato mundial. El certamen fue todo un éxito, el interés del mundo se centró en un balón y las ondas radiales diseminaron por todos los territorios una fiebre de la cual aún el mundo no desea ni intenta recuperarse, la del fútbol.

Niké siempre firme en su base azul de lapislázuli  voló cuatro años más tarde de regreso a Europa donde un grupo de hombres que hablando en una lengua romance proveniente del florentino arcaico y   presionados por dictador calvo vestido de negro, al igual que sus intenciones, lograron seducirla  durante 8 años.  Italia se quedó con los mundiales de 1934 y 1938 ensombrecidos por la amenaza de guerra que se cernía sobre la humanidad.

En 1942 la diosa debería estar recibiendo los halagos de los mejores futbolistas del mundo como StanleyMatthews, Silvio Piola o Leonidas Da Silva, pero en vez de eso languidecía en una pequeña caja de zapatos llorando la muerte del encantador austriaco Mathias Sindelar quien había coqueteado con ella años antes. Debajo de la cama del italiano Ottorino Barassi, vicepresidente de la FIFA, no entraba mucha luz, en esa oscuridad debió esperar antes de ser cortejada de nuevo. Aquel italiano, que no se había ganado sus favores en una cancha de fútbol, la protegería de un imperio que debía durar mil años y no respetaba derechos ni religión cuando deseaba poseer algo.

Después de tanto dolor y destrucción su hermosa cara volvería a brillar, había recibido una invitación que no podía rechazar. De nuevo estaba al lado de Jules Rimet, quien formalmente le había dado su nombre desde 1946, con él llegaría a Brasil.

En el país de la samba, una música que acompasaba los movimientos de cada uno de sus extraordinarios jugadores, esperaban retenerla por al menos cuatro años, incluso habían preparado un hermoso altar construido en un lugar inspirado en un pequeño pájaro que cantaba todas las mañanas, el Maracaná.

Allí 200.000 personas se congregaron un 16 de julio de 1950 para presenciar una ceremonia en la cual la hermosa diosa sería elevada a los aires por primera vez en brazos de un capitán brasileño, pero ella, caprichosa y cansada de hacer siempre lo políticamente correcto huyó con una banda de celestes que le recordaban su juventud de 20 años antes. Está vez Obdulio Varela sería el encargado de cuidarla igual que José Nasazzi y llevarla a aquel país donde había sido tan feliz años antes: Uruguay.

Poco tiempo después, ya en 1954 y en Europa de nuevo. La hermosa dama disfruta de los Alpes suizos, el chocolate y la tranquilidad de una tierra neutral.  Ella, caprichosa como siempre, rechazó la magia de los húngaros en pos de la esperanza de un pueblo que se reconstruía desde sus cenizas. Todo un milagro en Berna.

Los alemanes liderados Fritz Walter lograron robar su piadoso corazón en el último momento. Al irse de la mano con aquel teutón que sufrió en primera persona los horrores de la guerra, Niké no imaginó que sería la última vez que sentiría el cálido abrazo de su buen amigo Rimet quien fallecería dos años después mientras ella estaba en Alemania.

El seleccionado brasilero, recuperado de su desamor y con colores más vivos en su camiseta que había cambiado del blanco a amarillo con verde,  causó una gran impresión en la diosa en tierras suecas. Después de llevar su alegría de un país a otro quería abandonar su naturaleza nómada por un tiempo y luego de una magistral muestra de fútbol echa por un joven 10 llamado Pelé, selló su alianza con el país al cual dieciocho años antes hizo llorar a mares. Juntos durarían ocho años.

Para 1962 en Chile la escultural doncella decidió no abandonar al seleccionado brasilero y en particular a ese fenomenal jovencito que solo había disputado un partido por lesión. Se sentía responsable por él, su simpatía y sencillez para jugar al fútbol simplemente habían captado todo su cariño. Como una madre protectora había decidido quedarse en aquel país esperando a que él se recuperara.

Cuatro años más tarde las cosas no empezaron bien para ninguno de los dos en Inglaterra. El 20 de marzo de 1966, unos meses antes del inicio del que sería el octavo campeonato mundial, ella exhibía todo su resplandor en Londres. El salón central de Westminster recibía la visita  de todo un pueblo que se enorgullecía de haber inventado el juego que le había dado la vida a aquella deidad que representaba todo lo anhelado en el mundo del fútbol.

De pronto todo se oscureció, volvió a sentir esa sensación de peligro experimentada años antes en aquella caja de zapatos en Italia durante la guerra. Vagos y borrosos son sus recuerdos hasta sentir la nariz de Pickles, el perro de David Corbett quien salía de casa temprano a hacer una llamada en la cabina telefónica pasando la calle. Estaba desaliñada, entre periódicos viejos y arrugados.

La suerte de Pelé iría por el mismo camino. En cuanto la acción arrancó en los terrenos de juego empezaron también las patadas, en su último partido de la fase de grupos el 10 suramericano sufrió un fuerte castigo por parte de los portugueses quienes al no poderlo sacar del partido, pues no existían cambios en la época, si le relegaron a una banda con una de sus rodillas vendada y con dificultades incluso para caminar. La selección brasilera quedaba eliminada del torneo.

Decepcionada por la violencia del torneo y tal vez buscando descansar un poco del clima tropical Suramérica decidió quedarse en Inglaterra. Bobby Moore un elegante número 6 que habitaba como un pulpo en el mediocentro de los ‘pross’,  la recibió cordialmente para escoltarla los próximos cuatro años no sin antes romper el protocolo de la reina Isabel al limpiarse las manos con su mantel.

Su honorable edecán por poco y no alcanza a llevarla a la importante cita de 1970 en México, el rubio inglés eclipsado por el verde brillo de las esmeraldas colombianas tardó en aterrizar con su delegación en tierras aztecas. Ya en competición los poderosos alemanes le privaron del privilegio de escoltarla de nuevo de regreso a Inglaterra.

Uruguayos e italianos lucharon de nuevo por ganar su amor pues ella, cansada de viajar, quería cumplir la última voluntad de su recordado Jules Rimet: “quien gane tu cariño por tercera vez será para siempre”. Pero quien conseguiría el privilegio de su compañía eternamente sería la selección brasilera comandada esta vez durante todo el campeonato mundial por el mismo joven que la había sorprendido en el 58, con el cual se había encariñado en el 62 y que junto a él había sufrido por la violencia del 66: Pelé. La diosa ya tenía su rey.

Pdata: La diosa de la victoria Niké o Trofeo Jules Rimet habitó placidamente en la sede de la Confederación Brasilera de Fútbol hasta el 19 de diciembre de 1983. Desde ese día su paradero es desconocido. 
  

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