A finales de
junio en 1930 el barco Conde Verde llevaba un pasajero muy especial, su nombre
era Jules Rimet. Era abogado pero su pasión, al margen de las leyes, era una
caprichosa e impredecible pelota de fútbol. El mar lo separaba de una cita con
el destino. Pronto Uruguay sería el escenario de lo que para él sería cumplir
el sueño de su vida. Después de muchas horas de trabajo, preparación,
persistencia y coraje, había logrado la idea que algunos años atrás se había dibujado
en su mente: el primer Mundial de fútbol.
La gran idea
Mientras
zarpaba de Villefranche-Sur-Mer en Francia hacia Montevideo, Rimet rememoraba
cada una de las luchas personales que había tenido que llevar a cabo para
conseguir organizar el torneo que desde el primer silbato arbitral se
convertiría en el más importante del deporte mundial.
En 1920 había
llegado a ocupar un despacho en las oficinas de la FIFA, su experiencia era
innegable después de llevar una vida consagrada al fútbol. Con 24 años y en
compañía de sus amigos, fundaba el club Red Star (el cual aún existe), años más
tarde se embarcó en un proyecto que marcó la historia del deporte en su país:
la creación de la Liga nacional de la cual fue nombrado presidente y luego ni
siquiera el triste hedor de la guerra pudo disuadirle de crear una Federación
Francesa de Fútbol. Era una persona experimentada en el ámbito dirigencial cuando
fue llamado provisionalmente para ser el presidente de la FIFA. En aquella
oficina, la cual un año más tarde pasaría a ser suya en propiedad, se empezaría
a gestar la idea de un torneo que reuniera los seleccionados nacionales más
fuertes de todo el mundo.
El fútbol
olímpico promulgaba los valores del amateurismo y a pesar de ser una loable
idea frenaba el creciente desarrollo del juego. Ya en los juegos de Amberes (el
mismo año de su llegada a la FIFA), Rimet había dejado ver un poco de su iniciativa
de crear un torneo independiente realizado por el máximo organismo asociado en
la materia pero no sería sino hasta 1926 cuando el comité ejecutivo se tomaría
en serio sus palabras. Se nombra una comisión especial para evaluar todo lo
concerniente con aquella ‘alocada’ iniciativa, pues los Juegos Olímpicos
gozaban de un inmejorable prestigio mundial y sería muy difícil competir en
contra de ellos creando un torneo propio.
La
convicción del abogado era total, nada ni nadie lo vencería, incluso ya había tenido
una serie de charlas con Enrique Buero, embajador de Uruguay en Francia, para
postular al país americano como sede del primer certamen. Jules Rimet creía
firmemente que se habían ganado el derecho después de conseguir la medalla de
oro en 1924 y desplegar uno de los mejores juegos de la época.
Ya en 1928,
en el congreso de Amsterdam, la FIFA acordó con una votación de 25 a favor y 5
en contra organizar un campeonato con las principales selecciones a nivel
mundial cada cuatro años. En el congreso de Barcelona, un año más tarde, se
decidiría conceder a Uruguay, que había revalidado su título olímpico, la sede
del que sería el primer campeonato mundial de la historia.
Además
coincidía con la celebración del centenario de su independencia, el gobierno
del pequeño país americano prometió construir un estadio especialmente para el
torneo y también financiar todos los gastos de las delegaciones que se
desplazaran hasta allí. Incluía pasajes, alojamientos y 75 dólares por persona,
también medio dólar diario para gastos menores.
Se pone en juego la pelota
El torneo
estaba diseñado para 16 equipos pero los problemas empezaron a suceder. Las
Islas Británicas negaron su participación al no tener muy claros sus propios
parámetros entre profesionalismo y amateurismo. También la crisis económica que
se propagaba sobre el mundo empezó a pasar factura. Además de la lejanía, el
desgastante viaje hasta Uruguay desanimaba a muchos equipos. Rimet desempolvó
un viejo libro de Verne y se puso el traje de Phileas Fogg viajando por Europa
intentando conseguir apoyo.
Cuatro
selecciones hicieron caso a su llamado, Francia, Bélgica y Rumania viajaba con
él en aquel barco, Yugoeslavia llegaría por su cuenta. Estaba todo listo serían
trece participantes.
Jules Rimet
disfrutaba del viaje en compañía de su hija. En su equipaje había una pequeña
maleta de cuero y en ella una estatuilla de 1800 gramos de oro macizo, obra del
escultor Abel Lafleur, evocando la diosa victoria, quién esperaba que Rimet la
entregara a su primer enamorado. Sería José Nasazzi, capitán de Uruguay, el
elegido después de un emocionante partido en el cual los ‘charrúas’ habían vencido
a Argentina 4-2 con un impresiónate estadio Centenario como marco principal.
De su mano,
la diosa victoria seguiría llegando al altar cada Copa del Mundo hasta 1954
(desde 1946 había tomado su propio nombre, Copa Jules Rimet) cuando su salud le
apartó de su mejor amiga. Fue en 1970 cuando Brasil se quedó con ella en
propiedad hasta 1983 cuando unos ladrones la robarían y nunca más volvería a
aparecer. En la actualidad una réplica exacta descansa en las vitrinas de la
CBF.
1 comentario:
dicen que la robaron para derretirla y convertirla en oro y en la planificacion habia un argentino en el medio, por otro lado antes habia desaparecido y la encontraron en una caja de zapatos por un perro cuyo premio fue comida y tiempo depseus fue atropellado por un auto, gran historia la de la jules rimet que lamentablemente no pudimos levantar en el 30 y ahora ya no la tenemos, un saludo
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