Cesar, los goles del Barcelona de la posguerra



Después de tres años horribles en los que España se había resquebrajado por completo, la pólvora todavía hedía en las calles cuando José Samitier contrató a un jovencito de 19 años originario de León para que vistiera la camiseta del F.C Barcelona. Su nombre era Cesar y su aspecto juvenil contrastaba con las entradas y el poco pelo que tenía. Uno de los factores que jugó a favor del directivo culé ese verano, fue el deseo expreso del jugador de no separarse del mar, ese precisamente era el único requisito que no cumplía el equipo más fuerte de esta primera liga de la post guerra que también le pretendía: el Atlético Aviación, antiguamente de Madrid, y que había cambiado su denominación por el apoyo del Ejercito del Aire a sus desocupadas arcas.

Sólo 600 pesetas bastaron para que este hijo de un industrial, al que poco o nada le importaba el fútbol, empacara sus cosas y marchara rumbo a la ciudad condal. Lo primero que hizo al llegar fue comprar una casa donde pudiera contemplar uno de sus grandes amores: el mar.

El romance con su nueva ciudad duro poco. Pronto a su puerta llamaron los deberes con la patria, el ejercito nacional reclamaba su concurso y su destino fue Granada. Para no parar su progresión, inteligentemente el equipo culé decidió dejarle jugar cedido en el conjunto de la ciudad. Solo una temporada estuvo allí pero dejó una huella imborrable. Liderado por Cesar el modesto equipo logró proclamarse campeón de la Segunda División del fútbol español y conseguir el primer ascenso de su historia. Al regresar, ya en 1940, Cesar se ganaría el dorsal que vestiría los siguientes 15 años de su carrera, el número 9 y también el apodo que le acompañaría durante toda su vida: el pelucas, debido a su escaso pelo.

Su habilidad destacó en la renaciente liga local. Su manejo de balón con ambas piernas y una potencia inusitada en el remate de cabeza (cuando la pelota era más dura que una piedra) pronto le agenciaron el cariño de una hinchada que cada fin de semana iba a alentarle a Les Corts y posteriormente al Camp Nou.

Bajo su batuta el equipo azulgrana ganó cinco Ligas y tres Copas del Rey además de dos Copas Latinas, cuando se enfundaba esa camiseta atacaba como un león haciendo honor a su origen. Pichichi de la temporada 1949 llegó a anotar 235 goles en 348 partidos oficiales.

Fue el primer ídolo de la postguerra. En todas las esquinas de la ciudad se coreaba su nombre durante toda la semana ganara o perdiera el equipo. En 1955 Puppo, entrenador del equipo en ese momento, lo despidió sin más. "No sé si está acabado, pero mejor que se vaya". Así acababa, de mala manera, su paso por el Barcelona como futbolista. Luego en 1963, después de colgar las botas, regreso al lugar donde pasó las mejores tardes de su vida y la gloria lo visitó infinitas veces, esta vez fue como entrenador durante una temporada.

Siempre lo recuerdan como un hombre sencillo que se cortaba el pelo en la Barbería Lucena en el número 90 de la calle Casanovas, que se consideraba un catalán más, sin embargo siempre alardeaba de su origen leonés con su frecuente muletilla "¡No veas!" al entablar un dialogo y su cariño al mar donde, aún en aquella casa que compro tan pronto llegar a la ciudad, vivió hasta sus últimos días su gran amor, Emma Revillo, su viuda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un jugador grande del club más grande ! buen contraste en historia futbolistica y la historia de España