Seguramente cuando Dios creó el fútbol, porque estoy convencido que fue Él, se imaginó un partido como el Brasil-Inglaterra disputado el 7 de junio de 1970, fue perfecto aunque en más de una ocasión la pierna fuerte amenazó con empañar uno de los más grandes partidos de la historia de los mundiales.
Era un día clave en el estadio de Jalisco, su campo sería el escenario de uno de los partidos más importantes de aquel campeonato, Brasil e Inglaterra encuadrados en el grupo III se enfrentaban por la hegemonía mundial, los dos venían de ganar en sus anteriores partidos y en los dos últimos mundiales, Brasil en el 62 e Inglaterra en el 66 haciendo respetar su casa.
Las tribunas estaban a reventar y el intenso sol de mediodía mexicano impulsaba la venta de agua helada por cantidades. Los equipos saltaron a la cancha y desde el primer minuto el ataque fue la táctica que predominó en el encuentro. Inglaterra dio el primer aviso llegando a predios de Felix quien con la solvencia que lo caracterizaba conjuro el peligro, luego minutos más tarde sería Banks el encargado de regalarle a la historia la atajada más acrobática en los mundiales cuando después de un centro de Jairzinho, Pelé cabeceó impecablemente y el veterano portero de 33 años se estiró como un felino para sacar el balón que iba camino a las mallas.
Brasil a pesar de la ausencia de Gerson, uno de sus genios por lesión, no perdió para nada su capacidad ofensiva y Paulo Cesar cumpliría un digno papel; Moore “el del brazalete en el hotel Tequendama de Bogotá” daba muestras de ser el mejor defensa del mundo y Charlton con su, de sobra, conocida exquisitez se situaba como media punta distribuyendo juego a Lee y Hurst.
La justicia mantenía la balanza equilibrada hasta el segundo tiempo cuando con una genialidad endiablada Tostao entró en el área británica regateando a tres defensas seguidos, luego se volteó como si en su cabeza tuviera un radar y localizó a Pelé no sin antes abofetear a Ball quien acudió también desesperado a marcarle, el balón atravesó todo el centro del rectángulo llegando a los pies del mágico 10 que casi sin pestañear habilitó a Jairzinho que entraba en velocidad por la derecha, Banks no pudo hacer nada, 1-0.
Alf Ramsey se tomaba la cabeza en el banco pero quien sabe si sería el candente calor que reinaba en la cancha o la desesperación, lo que le llevó a hacer uno de los cambios más erráticos del torneo: sacar a Bobby Charlton cinco minutos después del gol brasileño. El 9 inglés había sido la brújula del equipo y a pesar de que la mayoría de sus disparos salieron desviados y muy altos, seguía siendo el jugador más peligroso de los ingleses.
Brasil se acomodó bien en el campo pero a pesar de su suficiencia no pudo evitar pasar un susto con un balón de Ball que se estrelló en el horizontal poco antes del término del partido.
El tiempo se consumió, el arbitro pitó el final y Pelé se abrazo con Moore en el centro del campo intercambiando camisetas, todavía existía la esperanza de que se volvieran a ver en la final y el hábil capitán inglés tuviera su revancha, pero no fue así, en cuartos de final los británicos se enfrentaron con Alemania que tomó venganza de la final del 66 y explotó las falencias de un nervioso Peter Bonetti, reemplazante de Banks quien por razones de salud no pudo ocupar la portería aquella tarde; Brasil vencería en cuartos a Perú, en Semifinales se quitaría de encima el fantasma del “maracanazo” frente a Uruguay y en la final derrotaría a Italia por 4-1 ganando en propiedad la Copa Jules Rimet.
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