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Un remodelado estadio de San Siro acogía la tarde más importante de toda su historia, por primera vez esta catedral del fútbol milanés era el escenario de la inauguración de un Mundial y no era uno cualquiera, habían pasado 56 años desde aquel 2-1 con el que la Italia de Vittorio Pozzo derrotó a Checoslovaquia en Roma quedándose con la Copa Jules Rimet bajo la mirada atenta de ‘el duce’, Benito Mussolini. Ahora tanto tiempo después, el torneo más importante regresaba a la península itálica y querían que fuera por todo lo alto.
En la cancha la gente nada más miraba un equipo, Argentina llegaba a la cita como campeón reinante, la base del equipo de México 86 aún estaba vigente, Burruchaga, Pumpido, Ruggeri y Batista saltaban a la cancha con la seguridad proporcionada por su capitán y timonel Diego Armando Maradona, artífice del titulo de hace cuatro años, Fabbri, Simón, Lorenzo, Sensini, Balbo y Basualdo debutaban con el respaldo de unos veteranos curtidos y llenos de gloria. Estaba todo hecho, el partido sería solo un trámite de camino al encuentro que en la segunda fecha del grupo tendrían con el temido equipo de la Unión Soviética del imbatible Rinav Dassaev.
Nadie veía a un equipo de Camerún que no llegaba a la cita precisamente en una situación de calma, la relación con su entrenador Valeri Nepomniachi no era la mejor, no hablaba ni pizca de francés lo cual hacia su dialogo con los jugadores prácticamente nulo. Además una de sus grandes estrellas, el portero Joseph Antoine Bell hacia poco había hecho unas declaraciones que levantaron ampolla al seno de la federación, su critica desdeñosa al modo de trabajar de los directivos de su país habían acabado por relegarle al banco de suplentes en favor de Tomas N’Kono, quien ahora contaba con 34 años y regresaba a la portería que también defendió en el único mundial disputado por la selección africana hasta ese momento, España 1982.
Su as bajo la manga era un jugador incluso más veterano que el bueno de N’Kono, Roger Milla que a sus 38 años había sido convocado después de estar medio retirado del fútbol, cuando el delantero debutó con los leones indomables en 1976 muchos de sus actuales compañeros no tenían ni empezadas sus carreras, él sería el revulsivo para rematar los encuentros complicados, en los planes del técnico estaba darle ingreso siempre a 15 ó 20 minutos del final para aprovechar su sagacidad e instinto goleador.
Después de un estadio completamente lleno de colores, de una presentación espectacular provista de todo el ingenio italiano y de escuchar la canción ‘Un estate italiana’, himno del mundial, los equipos esperaban solemnes los himnos para dar comienzo al decimocuarto Campeonato Mundial de fútbol.
A los pocos minutos de que Michel Vautrot diera el pitazo inicial estaba muy claro que “los leones indomables” de Camerún no serían un rival fácil y que bajarían a los argentinos de la nube así fuera a patadas, el mismo Maradona sufrió en sus carnes el despiadado marcaje de los africanos, Massing por poco le saca un hombro después de una dura entrada, solo amarilla recibió del arbitro francés quien aún es recordado por el laxo código disciplinario que aplico ese día.
El partido se iba enredando con el pasar de los minutos, Maradona se sentía incomodo en la posición de centro delantero donde lo había acomodado Bilardo y el “pájaro” Caniggia, delantero letal, todavía calentaba el banco de suplentes. Solo hasta la reanudación el “médico” le dio ingreso al rubio para que le acompañara en el frente de ataque.
Pese a la rudeza de su defensa, el equipo africano también demostraba habilidad en el transito del balón y agudeza en cada una de sus incursiones ofensivas, indudablemente el campeón reinante se encontraba en una dura encrucijada con un rival que inesperadamente le plantaba más cara de la que ellos esperaban.
Caniggia prontamente puso su velocidad al servicio del 10 y en una jugada donde parecía escaparse de cara al marco, Kana Biyik le aplicó el freno de mano incluso dejándolo sin uno de los botines, roja y a la calle. El reloj marcaba 62 minutos, muchos pensarían que todavía quedaba tiempo para poner en su sitio a un diezmado equipo africano pero nada más lejos de la realidad, cinco minutos después sucedió lo que nadie podía creer.
Francoise Omam Biyik se levantó por los aires de Milán y cabeceó un centro desviado por su compañero Cyrille Makanaky que más parecía un discípulo de Bob Marley que un futbolista por sus indomables rastas, Sensini se quedo pegado al piso, Pumpido era de piedra, reaccionó tarde solo para ver como el esférico le golpeaba en las rodillas y se metía entre las redes.
Milla ingresó faltando 8 minutos para el final, su trabajo: tranquilizar al personal y que se creyeran lo que estaba sucediendo, estaban derrotando al campeón mundial en el primer round de su defensa del titulo.
Cuando el árbitro pitó el final a los argentinos parecía que les hubieran robado el alma, derrotados por un equipo al que nunca habían visto, que subestimaron por completo por estar fijándose únicamente en ellos y que consideraban un simple trámite.
Al día siguiente, con la amable compañía de un buen café mañanero en los periódicos se podía leer, “Bilardo: Sin duda, la peor derrota de mi carrera”, algo de culpa tenia también él.
1 comentario:
Recuerdo ese partido, Argentina era clara favorita y mas cuando se quedo Camerun con uno menos pero los africanos pelearon de manera increible, Maradona como dices recibió de lo lindo.
Argentina en ese Mundial no jugo un pimiento pero increíblemente llego a la final y solo perdió de penalti mas que discutible.
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