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“Nadie es profeta en su tierra”, esta frase acunada hace mucho tiempo por los abuelos de nuestros abuelos, parecía venirle bien a Alberto Spencer, el goleador más prolífico que haya nacido en Ecuador. La fama y el éxito lo alcanzó en Uruguay y su noche más amarga fue en la que, con la camiseta del Barcelona de Guayaquil, equipo con el que había decidido cerrar su brillante carrera profesional, salió abucheado en un partido de Copa Libertadores frente a Independiente de Avellaneda, paradójicamente justo en el mismo torneo que años antes le dio brillo a su nombre.
Hijo de un inmigrante jamaiquino, Spencer comenzó su jugueteo con un balón en el modesto club Los Andes de Ecuador. Alternaba el juego con su profesión de taxista, pasaba horas al volante para luego enfundarse los botines y patear un balón en cualquier descampado de su natal Ancón. Pronto la fortuna le sonríe y ficha por el Everest donde jugaba su hermano y después de 2 años en categorías inferiores, debuta en el equipo principal contra un grande del torneo de primera división. La defensa de Emelec es la primera es sufrir sus estragos pero ocho días después la del Nueve de Octubre es la desafortunada de recibir su primer gol como profesional.
Su juego encandila y su potencia en el remate de cabeza lo hacen cada día más notorio entre los delanteros del país, característica que marcará para bien el desempeño de su carrera. Pronto llama la atención de Juan López viejo zorro de los banquillos, campeón del mundo como entrenador con Uruguay en el 50 y que ahora dirigía al seleccionado ecuatoriano.
Este recomienda de inmediato su fichaje a Peñarol de Montevideo donde su nombre jamás será olvidado, vestido de negro y amarillo ganó tres copas Libertadores, dos Intercontinentales y siete torneos uruguayos. Nadie imaginó que este espigado jugador, que debutaba un 8 de marzo de 1960 en un amistoso contra Atalanta de Argentina marcando tres goles, fuera a anotar 326 oficiales siendo cuatro veces mayor artillero del Uruguay y mantuviera varias décadas después el récord de goleador histórico del torneo mas importante de clubes del continente con 54 dianas.
Exquisito jugador que suscitó el interés de grandes equipos como el Milán, nunca dejó el continente y tampoco se nacionalizó uruguayo, país donde era considerado un “mago”, por respeto a su tierra. Solo una vez vistió la casaca “charrúa” en un amistoso, fue en el mítico Wembley frente a Inglaterra y anotó el primer gol del seleccionado oriental en dicho escenario.
Esa aciaga tarde de 1972, cuando lo silbaron, juró que no volvería a jugar nunca en Guayaquil y lo cumplió, no sin antes en el ocaso de su carrera, regalarles un campeonato.
2 comentarios:
Interesante sitio.
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